que le atribuyen sus panegiristas, sino astucia y habilidad política. (…)
Sobre estas bases, sin embargo, el entendimiento resultaba imposible.
Con discreción, pero con firmeza, así se lo dejó ver Bolívar,
manifestándole contrario a los intereses de su pueblo el procedimiento
de “poner las tropas de un estado al servicio del otro”. Fue entonces
posiblemente cuando San Martín insinuó, por reacción muy natural y
contradiciéndose con afirmaciones anteriores suyas dijo ‹‹que el
enemigo (España) es menos fuerte que él y que sus jefes, aunque
audaces y emprendedores, no son muy terribles››. (…) [Bolívar] sabía
al general argentino falto de fuerzas necesarias para decidir la
campaña del Perú y conocía que en Lima había ocurrido en esos días
un movimiento de insurrección contra el gobierno del Protector,
movimiento que había logrado bajo la dirección de Riva-Agüero
notables éxitos iniciales.
(…) Por lo tanto, sin ninguna clase de equívocos, Bolívar manifestó a
San Martín cómo a la satisfacción de conocerle personalmente,
agregaba ahora la de enterarse, por su boca, que la guerra en el Perú
no presentaba problemas insuperables para los ejércitos argentinos y
que con gusto le proporcionaría la división acantonada en Guayaquil,
cuyos efectivos ascendían a 1,800 hombres, los cuales, dadas las
afirmaciones optimistas del Protector, eran suficientes (…) San Martín
experimentó la dureza del golpe, pero nada pudo hacer para evitarlo:
1,800 hombres, como él y Bolívar sabían, poco aportaban a la solución
del problema militar del Perú. (…) Al atardecer, San Martín se anticipó
a poner fin a su última entrevista, en la cual habían naufragado todas
sus esperanzas, y anunció a Bolívar su propósito de partir
inmediatamente rumbo al Perú. El Libertador le informó que se había
organizado un baile en su honor para aquella noche y le solicitó aplazar
su partida (…). Esa noche pudo la sociedad de Guayaquil contemplar,
en la suntuosa sala de la Casa de Gobierno, en medio del brillo de los
uniformes, las de las damas y la animación general (…) San Martín frío,
reservado y cortés, recibiendo en uno de los ángulos del salón los
saludos y los homenajes; y a Bolívar, más alegre que nunca, danzando
con el entusiasmo que por el baile siempre se caracterizó. Hacia la
madrugada, San Martín hizo a comunicar a Bolívar su deseo de
retirarse y, acompañado por él, salieron discretamente y se dirigieron
al muelle donde estaba todo preparado para la partida (…) y San
Martín subió silenciosamente a la lancha que debía conducirlo al
Macedonia. Al amanecer del día 28, el barco levaba anclas rumbo al
Perú (Morote, 2007, p. 33).
“Lograda la independencia de Ecuador y previsto el retiro de San
Martín del gobierno, Bolívar tenía las puertas abiertas para ir al Perú.
No importaba si los peruanos lo quisieran o no, el Libertador sabía que
no podían lograr una pronta independencia sin su apoyo. A partir de
ese momento se dedicó con ahínco a formar un ejército para su
campaña y a socavar los gobiernos peruanos que sucedieron a San
Martín” (Morote, 2007, p. 33).
una soberbia enorme. Ustedes dos no caben en la
misma habitación”.
Bolívar: “Voy a llegar antes que el general San Martín
y mostrarle quién es el ejército patriota”.
La serie muestra que Manuelita tenía mejor
estrategia que sus generales. Tenía información de
primera mano sobre San Martín, aquella que le
proporcionó Rosita Campuzano, amante de San
Martín.
Primer encuentro de Bolívar y San Martín
Afinando sus estrategias, ambos evalúan sus
fortalezas y debilidades.
O’Leary le informa a Bolívar que San Martín tiene 44
años
San Martín llega con Rosita Campuzano. Ella le
informa sobre Bolívar. Pero San Martín cree tener
más mérito. Bolívar tiene 38 años.
Bolívar: “Yo tengo claro que Guayaquil pertenece a
Quito”.
Antes de empezar la reunión, Bolívar envía una nota
a Manuelita Sáenz. Bolívar y San Martín se reúnen a
solas, mientras el general Sucre, el coronel Córdova
y Rosita Campuzano los esperan.
San Martín le propone formar un ejército conjunto
para liberar lo que queda de América y que sea
dirigido por Bolívar.
Bolívar: “¿Y Usted?”
San Martín: “Estaría bajo su mando”.
Bolívar: “Eso no lo permitiría jamás, por
antigüedad”.
San Martín: “Y sobre Guayaquil, hay que hacer
elecciones para ver si la gente quiere pertenecer al
Perú, a Colombia o quieren ser independiente”.
Bolívar: “Siempre ha pertenecido a Colombia”.
San Martín: “¿No le gusta la democracia?”
Bolívar: “No me gusta preguntarle a la gente lo que
ya es sabido”.
San Martín: “Piénselo”.
Bolívar: “Suponiendo que acepto su propuesta, ¿qué
clase de gobierno propondría?”
San Martín: “Una monarquía”.
Bolívar: “¿Perdón?”
San Martín: “Usted no conoce la naturaleza de la
sociedad de Lima. Ellos no saben vivir sin castas.
Necesitan saber quién está arriba y quién está
abajo”.
Bolívar: “No liberamos a América para poner un rey
en el Perú”.
San Martín: “No sería un rey, sino un príncipe
independiente que venga de Europa. Le estoy
pidiendo que me crea, general. Otro tipo de régimen
no funcionaría en el Perú”.
Bolívar: “Pero si se volvieron patriotas con una
facilidad impresionante”.
San Martín: “Y se volverán realistas con la misma
facilidad”.
San Martín está cansado de la discusión.
Bolívar: “Ambas propuestas merecen meditarse.
Veámonos en unos días”.