Américo
Meza Salcedo[1]
RECIBIDO: SEPTIEMBRE 4 2018
ACEPTADO: NOVIEMBRE 29 2018
Resumen
El
objetivo de esta investigación fue caracterizar el proceso de construcción de
la masculinidad en relación a los cambios de creencias y prácticas
tradicionales, además de su entendimiento y repercusión en las relaciones de
pareja, desde la perspectiva y experiencia de hombres del centro poblado de
Curimarca, ubicado en la provincia de Jauja, región Junín, en la zona centro
del Perú. El estudio, de carácter cualitativo, permitió comprender la
experiencia de vida de los cónyuges. La unidad de análisis fueron hombres y
mujeres del lugar en mención. A partir de los datos recogidos en campo, se
encontró que los hombres construyen su masculinidad a través del proceso de
aprendizaje en el entorno familiar. Además, las diversas capacitaciones en las
que participan les ayudan a asumir los cambios e influyen en una vida conyugal
basada en el respeto y apoyo mutuo. La investigación concluye que hombres y
mujeres han aprendido a ser tolerantes; han establecido en su hogar un ambiente
de diálogo sobre los problemas y proyectos de familia.
Palabras clave: relaciones de pareja, violencia familiar, proceso de
socialización, cambios en las masculinidades tradicionales
Abstract
This research’s
objective was to characterize the process of masculinity construction in
relation to the changes of traditional beliefs and practices, as well as their
understanding and repercussion in couple relationships, from the perspective
and experience of men from Curimarca, located in the
province of Jauja, Junín region, in the central zone
of Perú. The study, of a qualitative nature, allowed the understanding of the
spouses’ life experience. The unit of analysis was men and women from the place
in question. From the data collected during the fieldwork, it was found that
men build their masculinity through the process of learning in the family
environment. In addition, the various training sessions in which they
participate help them to assume changes and influence a married life based on
respect and mutual support. The research concludes that men and women have
learned to be tolerant; they have established in their home an atmosphere of
dialogue about problems and family projects.
Keywords:
couple
relationships, family violence, process of socialization, changes in
traditional masculinities.
Introducción
Los
estudios sobre género y violencia familiar desarrollados en ámbito rurales
(Benavides, 2015; Crisóstomo, 2016; De las Casas, 2012; MIMP, 2011; Ramos,
2006) sostienen que los hombres, al haber construido su identidad masculina
fuertemente ligada al ejercicio de la autoridad sobre las mujeres, con base en
una supuesta superioridad, ejercen violencia contra ellas cuando interpretan
que esta autoridad es cuestionada o se presentan obstáculos para su ejercicio.
En
ámbitos rurales, las mujeres no solo realizan actividades vinculadas al hogar,
sino que también se involucran en la producción agropecuaria apoyando a sus
parejas en los diversos procesos: siembra, cultivo y cosecha. Sin embargo, su
participación no las habilita para tomar decisiones sobre la planificación de
esta actividad. Esta determinación sigue siendo responsabilidad de los varones,
situación que expresa relaciones de poder, históricamente desiguales, y la
dominación del hombre hacia la mujer. Este proceso es parte de una cultura
hegemónica, construida y reproducida a partir del proceso de socialización, y
en la constante relación con las instituciones y grupos sociales que
contribuyen en la formación de hábitos y emociones (familia, escuela y
comunidad, principalmente). Según Ramos (2006), este proceso forma parte de un
imaginario colectivo compartido no solo por los hombres, sino también por las
mujeres, quienes tienen una posición subordinada frente a la hegemonía
masculina.
La
violencia hacia la mujer en zonas rurales es permisible no solo por la
dependencia económica y emocional, sino, principalmente, por la vigencia de un
orden patriarcal en las relaciones de pareja, en el que el hombre asume la
responsabilidad de sostener la economía familiar y la mujer se encarga de la
atención del hogar. Si bien la mujer participa activamente junto al esposo en
el proceso productivo, es él quien define la distribución de los ingresos, pues
se le atribuye la responsabilidad de proveer y sostener económicamente a su
hogar. En ese contexto, el orden patriarcal establecido obstaculiza que la
mujer pueda reaccionar frente a una relación violenta, en tanto la posición que
ocupa como ama de casa, ejecutora de un trabajo invisible y no reconocido como
aporte a la economía familiar, no le permite tener una representación visible
en las decisiones de la familia.
En
función de lo expuesto, sostenemos que en el ámbito de estudio, el centro
poblado de Curimarca (Jauja), los hombres han reproducido en su entorno
familiar y social, la cultura patriarcal aprendida en la infancia. Este modelo
vertical de relaciones de poder establece que la mujer debe obedecer al marido
sin cuestionamientos. El ejercicio de esta masculinidad ha legitimado, por
mucho tiempo en estas zonas, la potestad del hombre de decidir sobre lo que
debe “decir y hacer” la mujer en el hogar. En consecuencia, los hombres esperan
de la mujer subordinación y dedicación a los hijos e hijas. Este contexto sitúa
al hombre en una posición de superioridad, con alta cuota de poder y control
sobre la mujer. Si estas condiciones no se manifiestan en la vida de los
hombres, su posición de supremacía se verá cuestionada o menospreciada,
desatando en ellos comportamientos violentos, en su afán de restablecerlas o
ratificarlas.
En este
entorno social interviene la institución Acción y Desarrollo con el proyecto
“Hombres sin violencia” – fase II. Su objetivo fue desarrollar un proceso de
sensibilización (a través de talleres y campañas) dirigido a hombres del centro
poblado de Curimarca (Jauja), tratando de visibilizar el sistema de creencias
que justifican el ejercicio de la violencia hacia la mujer, cuestionando la
violencia y resignificando la masculinidad. La capacitación que reciben los
hombres contribuye en el cambio gradual de la masculinidad tradicional. Estas
actitudes son aportes importantes para que los hombres disminuyan
progresivamente la violencia hacia su pareja, y mejoren el trato hacia su
familia en general.
La
investigación busca responder a las siguientes preguntas:
¿Qué
cambios perciben los hombres en sus creencias y prácticas masculinas
tradicionales? ¿Qué experiencias influyeron en este proceso?
¿De los
cambios percibidos, cuáles creen que se debieron a su participación en el
proceso formativo de “Hombres sin violencia”?
¿Cómo
se expresa este proceso de cambio en las relaciones de pareja, qué emociones y
sentimientos propicia su práctica?
¿Qué atributos
y roles de la masculinidad tradicional permanecen en sus prácticas en el
entorno familiar y social?
Materiales
y métodos
Se
realizó un estudio descriptivo y explicativo transversal, que tuvo como unidad
de análisis hombres (padres de familia) del centro poblado de Curimarca,
provincia de Jauja, región Junín. El marco muestral se estructuró en torno a
los participantes del proyecto “Hombres sin violencia”, ejecutado por la
institución Acción y Desarrollo, con apoyo del Centro Emergencia Mujer – Jauja
del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP). La convocatoria a
la capacitación sobre violencia de género y masculinidades fue cursada a
líderes de los 4 barrios de Curimarca, y en una asamblea se dieron a conocer
estas actividades. Los comuneros que culminaron la capacitación fueron 15
hombres y 2 mujeres. La entrevista a profundidad se centró en este grupo de
participantes.
El
proceso de trabajo de campo se realizó visitando los hogares de los comuneros
de Curimarca participantes de las capacitaciones. Las técnicas cualitativas que
mejor se ajustaron a la necesidad de explorar las experiencias individuales en
esta investigación fueron la entrevista en profundidad y la observación directa
participante. La primera propició la conversación sobre el tema con los
testimoniantes. Cada entrevista tuvo una duración de 30 a 50 minutos; se
realizó un promedio de 3 entrevistas por día, al cerrar la tarde. La segunda
ayudó a precisar datos no recogidos con la primera técnica. Para recoger la
información, se tuvo que ingresar a los hogares de los comuneros; también se
recorrió el campo agrícola para anotar su vida cotidiana. Se utilizó como
materiales y equipos: grabadora y cintas de audio, cámara fotográfica, libreta
de campo y hoja con la guía de entrevista y observación.
En el
marco de la investigación, el consentimiento informado de los testimoniantes ha
implicado una participación voluntaria en el estudio, sin coerción de ningún
tipo, con la posibilidad de los entrevistados de retirarse en el momento que lo
requiriesen.
Los
instrumentos fueron validados con el concurso de expertos que investigan el
tema de violencia de pareja y masculinidades.
Resultados
En lo
que sigue analizamos, desde el discurso y la práctica de hombres rurales de
Curimarca, la construcción de sus masculinidades y los efectos socioculturales
en su entorno inmediato (familia). Los nombres reales de los testimoniantes han
sido cambiado por nombres supuestos, debido al principio de confidencialidad.
Además, antes del recojo de información tuvimos que establecer un acuerdo con
los testimoniantes, para que las evidencias de sus narrativas se mantengan en
una identidad que no haga mención a su nombre.
Masculinidad
tradicional: creencias y prácticas que influyen en su constitución
Un primer
aspecto a tratar en esta sección son las relaciones familiares y la
construcción de género. Al respecto, debemos indicar que la mayoría de las
parejas son casadas y tienen de 3 a 4 hijos en promedio. En las relaciones de
pareja, aún se puede evidenciar la estructura de dominación patriarcal. Este
sistema es un referente de sus ancestros; sus padres han recreado y reproducido
prácticas dominantes en su relación conyugal y en las actividades económicas.
En los
hombres (primera y segunda generación), aún prevalece como rol principal la
actividad agropecuaria y la comercialización de productos en el mercado local
(Jauja). Las mujeres siguen dedicadas a los quehaceres del hogar, a la atención
de su pareja y a la crianza de los hijos e hijas. Sin embargo, con el tiempo,
las mujeres se han involucrado más en el proceso agrícola, básicamente en
temporadas de cosecha, y en el traslado de los productos a la comunidad y al
mercado local.
Este
sistema fue adoptado por la segunda y tercera generación. En efecto, las parejas
han sostenido esta herencia cultural, diferenciando los roles de género en el
desarrollo de sus actividades; lo que implica que las mujeres no han dejado de
encargarse de los quehaceres del hogar y que los hombres continúan asumiendo la
actividad agrícola. Los hijos tampoco se desligan de la actividad agropecuaria,
más bien se involucran.
En esa
perspectiva, proponemos dos grupos de familias. Un primer grupo de
entrevistados asume que su infancia transcurrió en medio de una relación afable
con sus progenitores. El trato afectivo que recibieron se sustenta en la
cercanía de sus padres y en el cumplimiento de sus responsabilidades. En este
grupo de personas hay evidencias de violencia simbólica: la esposa y los hijos
e hijas cumplen sus responsabilidades en obediencia a la autoridad paterna.
Las
historias de vida de Carlos Osorio y Paulina García. Según Carlos:
“Mis
padres me hicieron vivir una infancia feliz. Ellos me trataban muy bien y no
había violencia. Cuando le desobedecía, solo me molestaba, y la próxima vez
cumplía con mis responsabilidades. Los padres debemos seguir este camino, yo
seguí sus pasos; mujer o varón, ambos tienen los mismos derechos”.
Al
igual que Carlos, Paulina, recuerda:
“De
niña mis padres me trataban bien. Cuando era niña, no me castigaban; era
tranquila y cumplía con mis responsabilidades. Mi mamá me tenía cariño, todo me
explicaba con paciencia; de esa forma trato a mis hijos y a mi esposo”.
Los
testimoniantes confirman que los padres no instaban al cumplimiento de las responsabilidades
con maltratos, sino que sustentaban sus mandatos en el cumplimiento del deber,
porque se trataba de una disposición superior.
Un
segundo grupo de entrevistados manifestó que sus padres exigían obediencia en
los trabajos que encomendaban. No acatar y contravenir al mandato implicaba
castigos disciplinarios. Estas prácticas se reeditan en la vida de los
testimoniantes. Efracio Huamán recuerda que su padre “…era radical con
nosotros, también con mi madre. Nos trataba como si no fuéramos sus hijos; mi
madre se contagiaba de eso y también nos castigaba. Nos agarraba a palos, era
drástico. De cualquier cosa nos pegaba. Cuando formé mi hogar, impuse lo que
aprendí. Pegaba a mis hijos y esposa cuando no cumplían sus actividades”.
Esta
experiencia influye en la formación de los hijos e hijas, y delimita la
diferencia entre ser hombre o mujer en la familia. Además, se puede observar
que las historias personales coinciden. La biografía de Marleni Acosta confluye
con el relato de Efracio. Ella indica: “¡A los padres hay que obedecer, así nos
castiguen!, eso decía mi madre. Mi padre me pegaba mucho. Mi mamá seguía su
mandato, y nos decía que las mujeres deben ser sumisas (dóciles). Si no haces
caso a tu marido, te va a pegar. Así nos han formado. Mi esposo está
cambiando”.
En
síntesis, podemos decir que las familias del primer y segundo grupo establecen
dos tipos de socialidad: 1) una familia donde el cumplimiento de las
responsabilidades se resuelve en obediencia a la autoridad del padre, y 2) una
familia donde los problemas se resuelven con el disciplinamiento, basado en el
castigo y los gritos. Los hijos son observadores visibles de esta realidad y
terminan por asumirla y reproducirla en su vida conyugal.
Los
hijos e hijas conviven con la experiencia de humillación que sufre la madre y
se identifican con su sufrimiento. Asimismo, viven en la incertidumbre que crea
la actitud violenta del padre. Los hijos no podían asumir una actitud de
rechazo hacia él, debido a los patrones culturales tradicionales que limitaban
la posibilidad de contradecir su autoridad, en tanto era el padre. Solo
quedaba: “ponernos en el lugar de mamá, llorar con ella”. Esta situación la
podemos encontrar en la narración de Carlos Osorio; para él los padres deben
proteger a la familia, pero su progenitor no supo entender esta expectativa.
Por
consiguiente, los hijos o las hijas no se involucran en el conflicto de sus
padres, solo observan y vivencian los sucesos de violencia. Este entorno se
reproduce en su vida conyugal futura.
La
hombría que evidencian los hombres “se define por la responsabilidad frente a
la familia, logros en el espacio exterior, y se confirma a través del
reconocimiento de la esposa y del grupo de pares” (Fuller, 2017, p.9)
Deconstruyendo
las masculinidades: persistencia y cambios en la vida cotidiana de las parejas
y la familia
En los
hombres de Curimarca, asumir cambios en su masculinidad es resultado de un
lento proceso de socialización. Buscan resolver sus controversias a través del
diálogo, pero en sus responsabilidades sigue predominando la diferencia de
roles respecto a su pareja. Efectivamente, los hombres siguen ocupándose de la
planificación productiva agrícola y ganadera, y las mujeres, de los quehaceres
del hogar.
El
cambio de esta situación hegemónica –el hombre a su trabajo, y la mujer al
ámbito doméstico– es resultado de un proceso de aprendizaje al que los
testimoniantes van incorporando progresivamente conocimientos de tres campos:
1) aprendizajes que inculcan los padres (agentes de la primera generación) a la
segunda y tercera generación, cuyos ejes son valores como el afán por el
trabajo, la inserción de la familia en el proceso productivo y la obediencia
(de los hijos y la esposa) al mandato del padre; 2) la escuela de padres
promovida por las instituciones educativas de Curimarca, que influye en la mejora
de las relaciones de pareja, y 3) la intervención de Acción y Desarrollo con el
proyecto “Hombres sin violencia”, que empodera a hombres y mujeres para ejercer
su ciudadanía y consensuar en su vida de pareja y proyecto de vida.
En los
testimonios podemos encontrar experiencias que suman al proceso de cambio en la
masculinidad hegemónica de hombres y mujeres.
Cirilo
Laureano menciona que su relación conyugal ha mejorado porque en la comunidad
se realizaron varias actividades que contribuyeron con este propósito: “Por
ejemplo, Escuela de padres organizado por las escuelas; actividades de “Papá
feliz” (de la institución Acción y Desarrollo). Esto ha ayudado a mejorar
nuestras vivencias, no tratar mal a los hijos y a la esposa. Con mi esposa
discutíamos siempre, ahora conversamos”.
En
otros casos, estas actividades han reforzado aprendizajes inculcados por sus
ancestros; así, Sebastián Bastidas manifiesta: “Mi papá decía que debemos vivir
en armonía. Yo nunca he maltratado a mi esposa, tampoco a mis hijos, pero
siempre era rígido, todo lo que yo decía se tenía que hacer. Con la
capacitación, mejoramos nuestras acciones”.
En
definitiva, expresar sentimientos de afectividad, participar en las labores
agrícolas y del hogar (parejas e hijos), son acciones importantes en la
dinámica de la igualdad de género, pero no son asumidas de manera inmediata por
los hombres. En efecto, los campos de aprendizaje mencionados en párrafos
anteriores ayudan a mejorar el trato entre ellos. Los testimonios que
presentamos lo corroboran.
Enrique
Barzola sostiene que su pareja: “…siempre estuvo ahí. Cuando nacieron mis hijos
estuve con ella, la cuidaba, no la dejaba sola. A nosotros, el maltrato que
recibimos de nuestros padres nos ha afectado. Yo iniciaba la pelea con mi
esposa, pero un día dije: ‘esto tiene que cambiar’; poco a poco estamos
cambiando. Yo digo que el maltrato hace daño”.
Marleni
Acosta manifiesta que la violencia física fue habitual en su historia conyugal,
pero su pareja y ella están en un proceso de cambio: “Cuando mi esposo y yo nos
juntamos, la felicidad duró unos días, no nos comprendíamos. Me amenazaba con
irse de la casa. Un día le dije que se fuera, y él me respondió con un golpe.
Se fue, pero regresó arrepentido. Ahí le dije: ‘¿te quieres quedar?, entonces
ya no me celes, ni me grites, menos, me golpees’”.
Para
los testimoniantes es importante haber desarrollado la capacidad de dialogar y,
a partir de esta, mejorar el trato y la relación con su pareja. Sin embargo,
aún se mantiene un desequilibrio de poder, ya que el hombre tiene el rol
dominante, mientras la mujer, además de asumir actividades en el trabajo
doméstico, se involucra en la labor agrícola en la parcela familiar, sin que
ese aporte obtenga el debido reconocimiento.
Abel
Cárdenas comenta: “Los consejos de los tíos, de la familia, nos han ayudado
para que dejemos de pelear con mi pareja. Cuando llegamos tarde de la chacra,
así de cansados, nos ayudamos para terminar las cosas que falta hacer en casa.
A nuestros hijos también aconsejamos para que vivan bien. Yo le digo a mi
esposa: ‘un día nuestros hijos van a tener su propia familia, ahí tenemos que
estar nosotros para hablarles’”.
En
síntesis, los conocimientos que incorporan los hombres en su vida conyugal, que
contribuyen, progresivamente, a mejorar el trato con su pareja, hijas e hijos,
es resultado de un proceso que tiene como campos de aprendizaje: 1) haber
iniciado la orientación sobre el buen trato en la escuela de padres promovida
por la institución educativa de la zona; 2) el apoyo y consejo de sus
parientes; y 3) el proceso de sensibilización (talleres vivenciales)
desarrollado por Acción y Desarrollo.
Discusión
En El
segundo sexo (1949), Simone de Beauvoir escribe: “no se nace mujer, llega uno a
serlo”. Esto hace referencia a que las características observables en las
mujeres no eran innatas, sino resultado de un proceso de socialización desde
concepciones socioculturales determinadas en el campo. En efecto, Beauvoir
comenzó a investigar acerca de la situación de las mujeres a lo largo de la
historia y escribió este ensayo en el que sustenta cómo se ha concebido a las
mujeres, qué situaciones viven y cómo se puede intentar que mejoren sus vidas y
se amplíen sus libertades.
Las
entrevistas presentadas en esta investigación precisan que hombres y mujeres
fueron educados para asumir roles diferenciados, lo cual se hereda de
generación en generación. Esta diferenciación privilegia al hombre en la
estructura de poder jerárquico de la relación conyugal, mientras que la mujer
ocupa un lugar subalterno. Esto determina que el hombre controle el orden
social establecido e institucionalice las pautas que han de regular esta
estructura. Ahora bien, cuando el hombre percibe que su autoridad es
cuestionada, entonces hace uso de la fuerza, de la violencia, para responder al
rechazo. Para Echeburúa y De Corral (1998), “la violencia de género es producto
del mandato adquirido y aprendido socialmente, y es asumida por los hombres por
mandato social. Esta realidad se afirma como necesidad de control y dominación
de las mujeres en el orden social establecido” (p. 25).
La
identidad masculina, que opera a nivel subjetivo y corporal, se constituye a
través del proceso de socialización que marca la diferencia de género (hombre y
mujer). Efectivamente, la identidad masculina en los infantes se construye a
través del proceso de socialización de género. Esto “lo hace a través de su
transmisión por las figuras de apego que rodean al recién nacido, de las que
depende vitalmente en su proceso de desarrollo del padre” (Bonino, 2002, p.12).
En este contexto, los padres instituyen los contenidos culturales de su mundo
intersubjetivo en los nuevos cuerpos y mentes en construcción.
En
cuanto a los varones y su masculinidad, se puede decir, como sostienen Marqués
(1997):
“Ser varón
es ser importante porque las mujeres no lo son; en otro aspecto, ser varón es
ser muy importante porque comunica con lo importante, ya que todo lo importante
es definido como masculino” (p. 19)
Para
decirlo más concretamente, los varones asumen que su identidad masculina es
“innata”.
Siguiendo
a Marqués (1992), estas características se corroboran en las subjetividades de
los entrevistados en el centro poblado de Curimarca. Por tanto, “se hace así
evidente que la identidad del sujeto se basa en un presupuesto inicial: lo
masculino es el modelo de la humanidad. Esta proposición descansa además en la
oposición binaria por la cual la mujer se convierte en ausente, en la negación
de lo cual lo masculino emerge como la instancia que condensaría las cualidades
asociadas a lo universal, al saber y al poder” (Fuller, 2017, p.2).
Este
entorno trasciende la socialización de las generaciones y, en la actualidad,
aún predomina. En sociedades con fuerte arraigo patriarcal, como la nuestra,
los hombres asumen la protección de la familia, la responsabilidad educativa,
el cuidado de la salud y la manutención económica como un compromiso
institucionalizado. Mientras que a las mujeres se les delega la crianza de los
hijos e hijas y las labores vinculadas al hogar. Los hombres están exonerados
de estos quehaceres.
Un
campo en el que observamos cambios es, en los sentimientos de afecto, que los
hombres han aprendido a expresar hacia sus hijos y su pareja. Estas actitudes
son características de las nuevas masculinidades que los hombres están
incorporando progresivamente como resultado de un proceso de socialización, de
haber adquirido información y conocimientos en diversos campos (consejos de
parientes, programas de sensibilización en escuelas de padres promovidos por
las instituciones educativas y la institución Acción y Desarrollo). Los hombres
están transitando de las prácticas hegemónicas de la masculinidad tradicional
hacia una masculinidad alternativa.
Los
hombres revelan que el trato con su pareja ha cambiado, no solo porque han
accedido a información sobre prevención de la violencia en la escuela de
padres, a través de los consejos de parientes, o por haber sido sensibilizados
en el marco del proyecto “Hombres sin violencia”, sino, principalmente, porque
han aceptado voluntariamente redefinir sus actitudes y creencias sobre la
violencia familiar, y han optado por una experiencia de vida donde prepondera
el respeto hacia sí mismos y hacia el otro, la reafirmación del amor y afecto
hacia su pareja, hijos e hijas.
En
virtud de esta realidad, las investigaciones en el campo de las masculinidades
han generado preocupación “de cambiar aquellas prácticas tradicionales
convencidos de que los roles predefinidos en el estereotipo del deber ser
masculino les produce dolor, insatisfacción y frustración, más las de las
tensiones resultantes de los cambios que han experimentado las mujeres al
romper con el encierro en el mundo privado” (Valdés y Olavarría, 1997, p.9)
Los
cambios que se evidencian en la comunidad de Curimarca, es el cuestionamiento
hacia la masculinidad hegemónica. Para Olavarría, “la construcción
paradigmática de la familia conyugal y de lo femenino y masculino en mujeres y
varones está en crisis; las respuestas y los fundamentos que les dieron
sustento históricamente son cada vez más insostenibles” (p.104). Por tanto, se
puede decir que en una comunidad rural donde la escuela ha predominado como un
campo de aprendizaje y la construcción de un sujeto emergente que ha develado
las maniobras de la sociedad patricarcal, empieza a resarcir la importancia de
la participación y liderazgo de las mujeres en lo privado y público.
En
suma, los hombres de Curimarca que han optado por avanzar hacia masculinidades
alternativas evidencian cambios, reflejados en acciones como: participar en los
quehaceres del hogar y en la educación y crianza de los hijos. Estos cambios se
han generado luego de haber transitado por procesos de aprendizaje en: escuela
de padres, participación en talleres formativos de hombres sin violencia y la
acción comunitaria por la igualdad. En la nueva visión que expresan con sus
declaraciones y acciones, la esposa y los hijos e hijas deben ser tratados con
respeto y consideración.
Referencias
bibliográficas
Bonino, L. (2002). Masculinidad
hegemónica e identidad masculina. Barcelona, España: Universitat Jaume I.
De Beauvoir, S. (1949). El segundo sexo. Buenos Aires, Argentina: Edit. Siglo XX.
Echeburúa, E., y De Corral, P. (1998). Manual de violencia familiar. Madrid,
España: Siglo XXI.
Fuller, N. (2017). NO
UNO SINO MUCHOS ROSTROS, Identidad masculina en el Perú urbano. Lima: PUCP.
Marqués, J. V. (1997). "Varón y
patriarcado", en Valdés T y Olavarría J. (eds.). Masculinidad/es. Poder y
crisis, Ediciones de las Mujeres N° 24, Isis Internacional, Flacso, Santiago de
Chile, p. 17-30.
Olavarría, J. (2018). “Masculinidades, paternidades y
familia”, en Fuller N. (editora). Difícil ser Hombre, nuevas masculinidades
Latinoamericanas. Lima: FEPUCP. P.83-108.
Valdés, T., y Olavarría, J. (2000). Masculinidades y poder. Santiago, Chile:
FLACSO Chile.
[1] Sociólogo, Doctor en Sociología por la Pontificia
Universidad Católica del Perú, davidmezasalcedo@gmail.com,
https://orcid.org/0000-0003-4095-2797