Construyendo nuestras masculinidades: la experiencia de hombres rurales de Curimarca, Jauja, Junín

Building our masculinities: the experience of rural men from Curimarca, Jauja, Junín

 

 

Américo Meza Salcedo[1]

 

RECIBIDO: SEPTIEMBRE 4 2018

ACEPTADO: NOVIEMBRE 29 2018

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Resumen

El objetivo de esta investigación fue caracterizar el proceso de construcción de la masculinidad en relación a los cambios de creencias y prácticas tradicionales, además de su entendimiento y repercusión en las relaciones de pareja, desde la perspectiva y experiencia de hombres del centro poblado de Curimarca, ubicado en la provincia de Jauja, región Junín, en la zona centro del Perú. El estudio, de carácter cualitativo, permitió comprender la experiencia de vida de los cónyuges. La unidad de análisis fueron hombres y mujeres del lugar en mención. A partir de los datos recogidos en campo, se encontró que los hombres construyen su masculinidad a través del proceso de aprendizaje en el entorno familiar. Además, las diversas capacitaciones en las que participan les ayudan a asumir los cambios e influyen en una vida conyugal basada en el respeto y apoyo mutuo. La investigación concluye que hombres y mujeres han aprendido a ser tolerantes; han establecido en su hogar un ambiente de diálogo sobre los problemas y proyectos de familia.

Palabras clave: relaciones de pareja, violencia familiar, proceso de socialización, cambios en las masculinidades tradicionales

 

Abstract

This research’s objective was to characterize the process of masculinity construction in relation to the changes of traditional beliefs and practices, as well as their understanding and repercussion in couple relationships, from the perspective and experience of men from Curimarca, located in the province of Jauja, Junín region, in the central zone of Perú. The study, of a qualitative nature, allowed the understanding of the spouses’ life experience. The unit of analysis was men and women from the place in question. From the data collected during the fieldwork, it was found that men build their masculinity through the process of learning in the family environment. In addition, the various training sessions in which they participate help them to assume changes and influence a married life based on respect and mutual support. The research concludes that men and women have learned to be tolerant; they have established in their home an atmosphere of dialogue about problems and family projects.

Keywords: couple relationships, family violence, process of socialization, changes in traditional masculinities.

 

 

 

Introducción

Los estudios sobre género y violencia familiar desarrollados en ámbito rurales (Benavides, 2015; Crisóstomo, 2016; De las Casas, 2012; MIMP, 2011; Ramos, 2006) sostienen que los hombres, al haber construido su identidad masculina fuertemente ligada al ejercicio de la autoridad sobre las mujeres, con base en una supuesta superioridad, ejercen violencia contra ellas cuando interpretan que esta autoridad es cuestionada o se presentan obstáculos para su ejercicio.

En ámbitos rurales, las mujeres no solo realizan actividades vinculadas al hogar, sino que también se involucran en la producción agropecuaria apoyando a sus parejas en los diversos procesos: siembra, cultivo y cosecha. Sin embargo, su participación no las habilita para tomar decisiones sobre la planificación de esta actividad. Esta determinación sigue siendo responsabilidad de los varones, situación que expresa relaciones de poder, históricamente desiguales, y la dominación del hombre hacia la mujer. Este proceso es parte de una cultura hegemónica, construida y reproducida a partir del proceso de socialización, y en la constante relación con las instituciones y grupos sociales que contribuyen en la formación de hábitos y emociones (familia, escuela y comunidad, principalmente). Según Ramos (2006), este proceso forma parte de un imaginario colectivo compartido no solo por los hombres, sino también por las mujeres, quienes tienen una posición subordinada frente a la hegemonía masculina.

La violencia hacia la mujer en zonas rurales es permisible no solo por la dependencia económica y emocional, sino, principalmente, por la vigencia de un orden patriarcal en las relaciones de pareja, en el que el hombre asume la responsabilidad de sostener la economía familiar y la mujer se encarga de la atención del hogar. Si bien la mujer participa activamente junto al esposo en el proceso productivo, es él quien define la distribución de los ingresos, pues se le atribuye la responsabilidad de proveer y sostener económicamente a su hogar. En ese contexto, el orden patriarcal establecido obstaculiza que la mujer pueda reaccionar frente a una relación violenta, en tanto la posición que ocupa como ama de casa, ejecutora de un trabajo invisible y no reconocido como aporte a la economía familiar, no le permite tener una representación visible en las decisiones de la familia.

En función de lo expuesto, sostenemos que en el ámbito de estudio, el centro poblado de Curimarca (Jauja), los hombres han reproducido en su entorno familiar y social, la cultura patriarcal aprendida en la infancia. Este modelo vertical de relaciones de poder establece que la mujer debe obedecer al marido sin cuestionamientos. El ejercicio de esta masculinidad ha legitimado, por mucho tiempo en estas zonas, la potestad del hombre de decidir sobre lo que debe “decir y hacer” la mujer en el hogar. En consecuencia, los hombres esperan de la mujer subordinación y dedicación a los hijos e hijas. Este contexto sitúa al hombre en una posición de superioridad, con alta cuota de poder y control sobre la mujer. Si estas condiciones no se manifiestan en la vida de los hombres, su posición de supremacía se verá cuestionada o menospreciada, desatando en ellos comportamientos violentos, en su afán de restablecerlas o ratificarlas.

En este entorno social interviene la institución Acción y Desarrollo con el proyecto “Hombres sin violencia” – fase II. Su objetivo fue desarrollar un proceso de sensibilización (a través de talleres y campañas) dirigido a hombres del centro poblado de Curimarca (Jauja), tratando de visibilizar el sistema de creencias que justifican el ejercicio de la violencia hacia la mujer, cuestionando la violencia y resignificando la masculinidad. La capacitación que reciben los hombres contribuye en el cambio gradual de la masculinidad tradicional. Estas actitudes son aportes importantes para que los hombres disminuyan progresivamente la violencia hacia su pareja, y mejoren el trato hacia su familia en general.

 

La investigación busca responder a las siguientes preguntas:

¿Qué cambios perciben los hombres en sus creencias y prácticas masculinas tradicionales? ¿Qué experiencias influyeron en este proceso?

¿De los cambios percibidos, cuáles creen que se debieron a su participación en el proceso formativo de “Hombres sin violencia”?

¿Cómo se expresa este proceso de cambio en las relaciones de pareja, qué emociones y sentimientos propicia su práctica?

¿Qué atributos y roles de la masculinidad tradicional permanecen en sus prácticas en el entorno familiar y social?

 

Materiales y métodos

Se realizó un estudio descriptivo y explicativo transversal, que tuvo como unidad de análisis hombres (padres de familia) del centro poblado de Curimarca, provincia de Jauja, región Junín. El marco muestral se estructuró en torno a los participantes del proyecto “Hombres sin violencia”, ejecutado por la institución Acción y Desarrollo, con apoyo del Centro Emergencia Mujer – Jauja del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP). La convocatoria a la capacitación sobre violencia de género y masculinidades fue cursada a líderes de los 4 barrios de Curimarca, y en una asamblea se dieron a conocer estas actividades. Los comuneros que culminaron la capacitación fueron 15 hombres y 2 mujeres. La entrevista a profundidad se centró en este grupo de participantes.

El proceso de trabajo de campo se realizó visitando los hogares de los comuneros de Curimarca participantes de las capacitaciones. Las técnicas cualitativas que mejor se ajustaron a la necesidad de explorar las experiencias individuales en esta investigación fueron la entrevista en profundidad y la observación directa participante. La primera propició la conversación sobre el tema con los testimoniantes. Cada entrevista tuvo una duración de 30 a 50 minutos; se realizó un promedio de 3 entrevistas por día, al cerrar la tarde. La segunda ayudó a precisar datos no recogidos con la primera técnica. Para recoger la información, se tuvo que ingresar a los hogares de los comuneros; también se recorrió el campo agrícola para anotar su vida cotidiana. Se utilizó como materiales y equipos: grabadora y cintas de audio, cámara fotográfica, libreta de campo y hoja con la guía de entrevista y observación.

En el marco de la investigación, el consentimiento informado de los testimoniantes ha implicado una participación voluntaria en el estudio, sin coerción de ningún tipo, con la posibilidad de los entrevistados de retirarse en el momento que lo requiriesen.

Los instrumentos fueron validados con el concurso de expertos que investigan el tema de violencia de pareja y masculinidades.

 

Resultados

En lo que sigue analizamos, desde el discurso y la práctica de hombres rurales de Curimarca, la construcción de sus masculinidades y los efectos socioculturales en su entorno inmediato (familia). Los nombres reales de los testimoniantes han sido cambiado por nombres supuestos, debido al principio de confidencialidad. Además, antes del recojo de información tuvimos que establecer un acuerdo con los testimoniantes, para que las evidencias de sus narrativas se mantengan en una identidad que no haga mención a su nombre.

Masculinidad tradicional: creencias y prácticas que influyen en su constitución

Un primer aspecto a tratar en esta sección son las relaciones familiares y la construcción de género. Al respecto, debemos indicar que la mayoría de las parejas son casadas y tienen de 3 a 4 hijos en promedio. En las relaciones de pareja, aún se puede evidenciar la estructura de dominación patriarcal. Este sistema es un referente de sus ancestros; sus padres han recreado y reproducido prácticas dominantes en su relación conyugal y en las actividades económicas.

En los hombres (primera y segunda generación), aún prevalece como rol principal la actividad agropecuaria y la comercialización de productos en el mercado local (Jauja). Las mujeres siguen dedicadas a los quehaceres del hogar, a la atención de su pareja y a la crianza de los hijos e hijas. Sin embargo, con el tiempo, las mujeres se han involucrado más en el proceso agrícola, básicamente en temporadas de cosecha, y en el traslado de los productos a la comunidad y al mercado local.

Este sistema fue adoptado por la segunda y tercera generación. En efecto, las parejas han sostenido esta herencia cultural, diferenciando los roles de género en el desarrollo de sus actividades; lo que implica que las mujeres no han dejado de encargarse de los quehaceres del hogar y que los hombres continúan asumiendo la actividad agrícola. Los hijos tampoco se desligan de la actividad agropecuaria, más bien se involucran.

En esa perspectiva, proponemos dos grupos de familias. Un primer grupo de entrevistados asume que su infancia transcurrió en medio de una relación afable con sus progenitores. El trato afectivo que recibieron se sustenta en la cercanía de sus padres y en el cumplimiento de sus responsabilidades. En este grupo de personas hay evidencias de violencia simbólica: la esposa y los hijos e hijas cumplen sus responsabilidades en obediencia a la autoridad paterna.

Las historias de vida de Carlos Osorio y Paulina García. Según Carlos:

“Mis padres me hicieron vivir una infancia feliz. Ellos me trataban muy bien y no había violencia. Cuando le desobedecía, solo me molestaba, y la próxima vez cumplía con mis responsabilidades. Los padres debemos seguir este camino, yo seguí sus pasos; mujer o varón, ambos tienen los mismos derechos”.

Al igual que Carlos, Paulina, recuerda:

“De niña mis padres me trataban bien. Cuando era niña, no me castigaban; era tranquila y cumplía con mis responsabilidades. Mi mamá me tenía cariño, todo me explicaba con paciencia; de esa forma trato a mis hijos y a mi esposo”.

 

Los testimoniantes confirman que los padres no instaban al cumplimiento de las responsabilidades con maltratos, sino que sustentaban sus mandatos en el cumplimiento del deber, porque se trataba de una disposición superior.

Un segundo grupo de entrevistados manifestó que sus padres exigían obediencia en los trabajos que encomendaban. No acatar y contravenir al mandato implicaba castigos disciplinarios. Estas prácticas se reeditan en la vida de los testimoniantes. Efracio Huamán recuerda que su padre “…era radical con nosotros, también con mi madre. Nos trataba como si no fuéramos sus hijos; mi madre se contagiaba de eso y también nos castigaba. Nos agarraba a palos, era drástico. De cualquier cosa nos pegaba. Cuando formé mi hogar, impuse lo que aprendí. Pegaba a mis hijos y esposa cuando no cumplían sus actividades”.

Esta experiencia influye en la formación de los hijos e hijas, y delimita la diferencia entre ser hombre o mujer en la familia. Además, se puede observar que las historias personales coinciden. La biografía de Marleni Acosta confluye con el relato de Efracio. Ella indica: “¡A los padres hay que obedecer, así nos castiguen!, eso decía mi madre. Mi padre me pegaba mucho. Mi mamá seguía su mandato, y nos decía que las mujeres deben ser sumisas (dóciles). Si no haces caso a tu marido, te va a pegar. Así nos han formado. Mi esposo está cambiando”.

En síntesis, podemos decir que las familias del primer y segundo grupo establecen dos tipos de socialidad: 1) una familia donde el cumplimiento de las responsabilidades se resuelve en obediencia a la autoridad del padre, y 2) una familia donde los problemas se resuelven con el disciplinamiento, basado en el castigo y los gritos. Los hijos son observadores visibles de esta realidad y terminan por asumirla y reproducirla en su vida conyugal.

Los hijos e hijas conviven con la experiencia de humillación que sufre la madre y se identifican con su sufrimiento. Asimismo, viven en la incertidumbre que crea la actitud violenta del padre. Los hijos no podían asumir una actitud de rechazo hacia él, debido a los patrones culturales tradicionales que limitaban la posibilidad de contradecir su autoridad, en tanto era el padre. Solo quedaba: “ponernos en el lugar de mamá, llorar con ella”. Esta situación la podemos encontrar en la narración de Carlos Osorio; para él los padres deben proteger a la familia, pero su progenitor no supo entender esta expectativa.

Por consiguiente, los hijos o las hijas no se involucran en el conflicto de sus padres, solo observan y vivencian los sucesos de violencia. Este entorno se reproduce en su vida conyugal futura.

La hombría que evidencian los hombres “se define por la responsabilidad frente a la familia, logros en el espacio exterior, y se confirma a través del reconocimiento de la esposa y del grupo de pares” (Fuller, 2017, p.9)

 

Deconstruyendo las masculinidades: persistencia y cambios en la vida cotidiana de las parejas y la familia

En los hombres de Curimarca, asumir cambios en su masculinidad es resultado de un lento proceso de socialización. Buscan resolver sus controversias a través del diálogo, pero en sus responsabilidades sigue predominando la diferencia de roles respecto a su pareja. Efectivamente, los hombres siguen ocupándose de la planificación productiva agrícola y ganadera, y las mujeres, de los quehaceres del hogar.

El cambio de esta situación hegemónica –el hombre a su trabajo, y la mujer al ámbito doméstico– es resultado de un proceso de aprendizaje al que los testimoniantes van incorporando progresivamente conocimientos de tres campos: 1) aprendizajes que inculcan los padres (agentes de la primera generación) a la segunda y tercera generación, cuyos ejes son valores como el afán por el trabajo, la inserción de la familia en el proceso productivo y la obediencia (de los hijos y la esposa) al mandato del padre; 2) la escuela de padres promovida por las instituciones educativas de Curimarca, que influye en la mejora de las relaciones de pareja, y 3) la intervención de Acción y Desarrollo con el proyecto “Hombres sin violencia”, que empodera a hombres y mujeres para ejercer su ciudadanía y consensuar en su vida de pareja y proyecto de vida.

En los testimonios podemos encontrar experiencias que suman al proceso de cambio en la masculinidad hegemónica de hombres y mujeres.

Cirilo Laureano menciona que su relación conyugal ha mejorado porque en la comunidad se realizaron varias actividades que contribuyeron con este propósito: “Por ejemplo, Escuela de padres organizado por las escuelas; actividades de “Papá feliz” (de la institución Acción y Desarrollo). Esto ha ayudado a mejorar nuestras vivencias, no tratar mal a los hijos y a la esposa. Con mi esposa discutíamos siempre, ahora conversamos”.

En otros casos, estas actividades han reforzado aprendizajes inculcados por sus ancestros; así, Sebastián Bastidas manifiesta: “Mi papá decía que debemos vivir en armonía. Yo nunca he maltratado a mi esposa, tampoco a mis hijos, pero siempre era rígido, todo lo que yo decía se tenía que hacer. Con la capacitación, mejoramos nuestras acciones”.

En definitiva, expresar sentimientos de afectividad, participar en las labores agrícolas y del hogar (parejas e hijos), son acciones importantes en la dinámica de la igualdad de género, pero no son asumidas de manera inmediata por los hombres. En efecto, los campos de aprendizaje mencionados en párrafos anteriores ayudan a mejorar el trato entre ellos. Los testimonios que presentamos lo corroboran.

Enrique Barzola sostiene que su pareja: “…siempre estuvo ahí. Cuando nacieron mis hijos estuve con ella, la cuidaba, no la dejaba sola. A nosotros, el maltrato que recibimos de nuestros padres nos ha afectado. Yo iniciaba la pelea con mi esposa, pero un día dije: ‘esto tiene que cambiar’; poco a poco estamos cambiando. Yo digo que el maltrato hace daño”.

Marleni Acosta manifiesta que la violencia física fue habitual en su historia conyugal, pero su pareja y ella están en un proceso de cambio: “Cuando mi esposo y yo nos juntamos, la felicidad duró unos días, no nos comprendíamos. Me amenazaba con irse de la casa. Un día le dije que se fuera, y él me respondió con un golpe. Se fue, pero regresó arrepentido. Ahí le dije: ‘¿te quieres quedar?, entonces ya no me celes, ni me grites, menos, me golpees’”.

Para los testimoniantes es importante haber desarrollado la capacidad de dialogar y, a partir de esta, mejorar el trato y la relación con su pareja. Sin embargo, aún se mantiene un desequilibrio de poder, ya que el hombre tiene el rol dominante, mientras la mujer, además de asumir actividades en el trabajo doméstico, se involucra en la labor agrícola en la parcela familiar, sin que ese aporte obtenga el debido reconocimiento.

Abel Cárdenas comenta: “Los consejos de los tíos, de la familia, nos han ayudado para que dejemos de pelear con mi pareja. Cuando llegamos tarde de la chacra, así de cansados, nos ayudamos para terminar las cosas que falta hacer en casa. A nuestros hijos también aconsejamos para que vivan bien. Yo le digo a mi esposa: ‘un día nuestros hijos van a tener su propia familia, ahí tenemos que estar nosotros para hablarles’”.

En síntesis, los conocimientos que incorporan los hombres en su vida conyugal, que contribuyen, progresivamente, a mejorar el trato con su pareja, hijas e hijos, es resultado de un proceso que tiene como campos de aprendizaje: 1) haber iniciado la orientación sobre el buen trato en la escuela de padres promovida por la institución educativa de la zona; 2) el apoyo y consejo de sus parientes; y 3) el proceso de sensibilización (talleres vivenciales) desarrollado por Acción y Desarrollo.

 

Discusión

En El segundo sexo (1949), Simone de Beauvoir escribe: “no se nace mujer, llega uno a serlo”. Esto hace referencia a que las características observables en las mujeres no eran innatas, sino resultado de un proceso de socialización desde concepciones socioculturales determinadas en el campo. En efecto, Beauvoir comenzó a investigar acerca de la situación de las mujeres a lo largo de la historia y escribió este ensayo en el que sustenta cómo se ha concebido a las mujeres, qué situaciones viven y cómo se puede intentar que mejoren sus vidas y se amplíen sus libertades.

Las entrevistas presentadas en esta investigación precisan que hombres y mujeres fueron educados para asumir roles diferenciados, lo cual se hereda de generación en generación. Esta diferenciación privilegia al hombre en la estructura de poder jerárquico de la relación conyugal, mientras que la mujer ocupa un lugar subalterno. Esto determina que el hombre controle el orden social establecido e institucionalice las pautas que han de regular esta estructura. Ahora bien, cuando el hombre percibe que su autoridad es cuestionada, entonces hace uso de la fuerza, de la violencia, para responder al rechazo. Para Echeburúa y De Corral (1998), “la violencia de género es producto del mandato adquirido y aprendido socialmente, y es asumida por los hombres por mandato social. Esta realidad se afirma como necesidad de control y dominación de las mujeres en el orden social establecido” (p. 25).

La identidad masculina, que opera a nivel subjetivo y corporal, se constituye a través del proceso de socialización que marca la diferencia de género (hombre y mujer). Efectivamente, la identidad masculina en los infantes se construye a través del proceso de socialización de género. Esto “lo hace a través de su transmisión por las figuras de apego que rodean al recién nacido, de las que depende vitalmente en su proceso de desarrollo del padre” (Bonino, 2002, p.12). En este contexto, los padres instituyen los contenidos culturales de su mundo intersubjetivo en los nuevos cuerpos y mentes en construcción.

En cuanto a los varones y su masculinidad, se puede decir, como sostienen Marqués (1997):

“Ser varón es ser importante porque las mujeres no lo son; en otro aspecto, ser varón es ser muy importante porque comunica con lo importante, ya que todo lo importante es definido como masculino” (p. 19)

Para decirlo más concretamente, los varones asumen que su identidad masculina es “innata”.

Siguiendo a Marqués (1992), estas características se corroboran en las subjetividades de los entrevistados en el centro poblado de Curimarca. Por tanto, “se hace así evidente que la identidad del sujeto se basa en un presupuesto inicial: lo masculino es el modelo de la humanidad. Esta proposición descansa además en la oposición binaria por la cual la mujer se convierte en ausente, en la negación de lo cual lo masculino emerge como la instancia que condensaría las cualidades asociadas a lo universal, al saber y al poder” (Fuller, 2017, p.2).

Este entorno trasciende la socialización de las generaciones y, en la actualidad, aún predomina. En sociedades con fuerte arraigo patriarcal, como la nuestra, los hombres asumen la protección de la familia, la responsabilidad educativa, el cuidado de la salud y la manutención económica como un compromiso institucionalizado. Mientras que a las mujeres se les delega la crianza de los hijos e hijas y las labores vinculadas al hogar. Los hombres están exonerados de estos quehaceres.

Un campo en el que observamos cambios es, en los sentimientos de afecto, que los hombres han aprendido a expresar hacia sus hijos y su pareja. Estas actitudes son características de las nuevas masculinidades que los hombres están incorporando progresivamente como resultado de un proceso de socialización, de haber adquirido información y conocimientos en diversos campos (consejos de parientes, programas de sensibilización en escuelas de padres promovidos por las instituciones educativas y la institución Acción y Desarrollo). Los hombres están transitando de las prácticas hegemónicas de la masculinidad tradicional hacia una masculinidad alternativa.

Los hombres revelan que el trato con su pareja ha cambiado, no solo porque han accedido a información sobre prevención de la violencia en la escuela de padres, a través de los consejos de parientes, o por haber sido sensibilizados en el marco del proyecto “Hombres sin violencia”, sino, principalmente, porque han aceptado voluntariamente redefinir sus actitudes y creencias sobre la violencia familiar, y han optado por una experiencia de vida donde prepondera el respeto hacia sí mismos y hacia el otro, la reafirmación del amor y afecto hacia su pareja, hijos e hijas.

En virtud de esta realidad, las investigaciones en el campo de las masculinidades han generado preocupación “de cambiar aquellas prácticas tradicionales convencidos de que los roles predefinidos en el estereotipo del deber ser masculino les produce dolor, insatisfacción y frustración, más las de las tensiones resultantes de los cambios que han experimentado las mujeres al romper con el encierro en el mundo privado” (Valdés y Olavarría, 1997, p.9)

Los cambios que se evidencian en la comunidad de Curimarca, es el cuestionamiento hacia la masculinidad hegemónica. Para Olavarría, “la construcción paradigmática de la familia conyugal y de lo femenino y masculino en mujeres y varones está en crisis; las respuestas y los fundamentos que les dieron sustento históricamente son cada vez más insostenibles” (p.104). Por tanto, se puede decir que en una comunidad rural donde la escuela ha predominado como un campo de aprendizaje y la construcción de un sujeto emergente que ha develado las maniobras de la sociedad patricarcal, empieza a resarcir la importancia de la participación y liderazgo de las mujeres en lo privado y público.

En suma, los hombres de Curimarca que han optado por avanzar hacia masculinidades alternativas evidencian cambios, reflejados en acciones como: participar en los quehaceres del hogar y en la educación y crianza de los hijos. Estos cambios se han generado luego de haber transitado por procesos de aprendizaje en: escuela de padres, participación en talleres formativos de hombres sin violencia y la acción comunitaria por la igualdad. En la nueva visión que expresan con sus declaraciones y acciones, la esposa y los hijos e hijas deben ser tratados con respeto y consideración.

 

Referencias bibliográficas

Bonino, L. (2002). Masculinidad hegemónica e identidad masculina. Barcelona, España: Universitat Jaume I.

De Beauvoir, S. (1949). El segundo sexo. Buenos Aires, Argentina: Edit. Siglo XX.

Echeburúa, E., y De Corral, P. (1998). Manual de violencia familiar. Madrid, España: Siglo XXI.

Fuller, N. (2017). NO UNO SINO MUCHOS ROSTROS, Identidad masculina en el Perú urbano. Lima: PUCP.

Marqués, J. V. (1997). "Varón y patriarcado", en Valdés T y Olavarría J. (eds.). Masculinidad/es. Poder y crisis, Ediciones de las Mujeres N° 24, Isis Internacional, Flacso, Santiago de Chile, p. 17-30.

Olavarría, J. (2018). “Masculinidades, paternidades y familia”, en Fuller N. (editora). Difícil ser Hombre, nuevas masculinidades Latinoamericanas. Lima: FEPUCP. P.83-108.

Valdés, T., y Olavarría, J. (2000). Masculinidades y poder. Santiago, Chile: FLACSO Chile.



[1] Sociólogo, Doctor en Sociología por la Pontificia Universidad Católica del Perú, davidmezasalcedo@gmail.com, https://orcid.org/0000-0003-4095-2797