e-ISNN: 2706-6053
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SOCIALIUM revista científica de Ciencias Sociales, Vol. 6 - No. 2, julio - diciembre 2022.
DOI: https://doi.org/10.26490/uncp.sl.2022.6.2.1551
Pleitos en la aldea Angaraes en las primeras décadas del siglo
XX
Lawsuits in the Angaraes village in the first decades of the 20th century
Rommel Plasencia Soto1
Cómo citar
Plasencia Soto, R. (2022). Pleitos en la aldea Angaraes en las primeras décadas del siglo XX. Socialium, 6(2), 143-161.
https://doi.org/10.26490/uncp.sl.2022.6.2.1551
RESUMEN
En este trabajo se exponen algunos casos encontrados en el Archvo Regional
de Ayacucho que ilustran un espacio regional en las primeras décadas del siglo
XX. La región de Huancavelica en ese entonces si bien mantenía una estructura
social que suele llamarse “tradicional”, ya se avizoraban algunos cambios. Las
audaces mediadas del leguiismo en la región (como fue enfrentar a los
hacendados con una capa de comerciantes, acelerar la circulación de
mercancías a través de carreteras y fomentar el indigensimo) irán minando
lenta pero inexorablemente, el anclaje de sus principales bases cómo fueron la
preeminencia socioétnica y su reemplazo por nuevos actores que llegaron por
las carretas o dotados por el Estado.
Palabras clave: Angaraes; poder regional; conflictos; comunidades
campesinas.
ABSTRACT
In this work some works that are in the Regional Archive of Ayacucho city that
illustrate a regional space in the first decades of the 20th century are exposed.
The Huancavelica region at that time, although it maintained a social structure
that is usually called “traditional”, some changes were already on the horizont.
The audacious measures of legalism in the region (such as confronting the
landtenures with a stratum of merchants accelerin the movement of goods
through highways and promoting indigenism) they will slowly but inexorably
erode the anchoring of their main bases, such as socioethnic preeminence and
their replacement by new actors who arrived on the roads or endowed by the
State.
Keywords: Angaraes; regional power; struggles; peasant communities.
1. Doctor en Antropología Social
Universidad Nacional
Mayor de San Marcos.
Lima, Perú.
rplascencias@unmsm.edu.pe
Arbitrado por pares ciegos
Recibido: 17/07/2022
Aceptado: 02/08/2022
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Introducción
El presente artículo se basa en un capítulo de la tesis doctoral de Plasencia (2016), conduce por los
conflictos de una sociedad regional, en que los conjuntos involucrados (señores, campesinos,
comuneros y autoridades), muchas veces no actúan como grupos cerrados y con fines específicos y
calculados, sino que la mayor de las veces la interrelación y el cruce de distintos niveles es la norma
que los caracteriza. Y que sus comportamientos lejos de estar predeterminados se forjan en
circunstancias de interacción y del conflicto mismo.
En ese sentido, Huancavelica fue una región reputada como tradicional donde las instituciones
sociales erigidas básicamente de un estado del “antiguo régimen” en el siglo XIX, excluyeron a la
población campesina (“indígena”) de las cuotas de poder político y de representación, y que muchas
veces las mejores tierras estuvieron bajo el control de las haciendas en una suerte de administración
étnica del poder”, término que le debemos al antropólogo Andrés Guerrero (1997), utilizada para
explicar la cuestión ecuatoriana y que se refiere a las administración privada de las poblaciones
dominadas, pero que fue “desintegrándose con la reformas agrarias, el crecimiento y la
modernización del estado y sobre todo, con las movilizaciones indígenas.
Los datos que ofrecemos son un buen ejemplo sobre la dinámica de las relaciones socio étnicas, en
un contexto de permanente conflicto y de competencia por los recursos económicos y sociales. De
este modo, se fue forjando una especie de identidad “comunera-campesina” si ya no indígena, esta
vez limitada al pueblo o la comarca en una especie de identidad nacida a partir de una “coyuntura”
como lo ha mencionado Wachtel para los chipaya de Bolivia (2001).
El escenario
Angaraes cómo provincia del departamento de Huancavelica fue oficialmente constituida en 1826 y
restituida como provincia de Huancavelica en 1847. En el siglo XX, de 1930 a 1968, fue un periodo
importante en que los caseríos rurales se convirtieron legalmente en comunidades indígenas y
campesinas. Las más antiguas, Huanca Huanca y Huayllay Grande datan de 1941. Las comunidades
por lo general se ubican entre los 2,200 y los 4,800 metros sobre el nivel del mar, abarcando zonas
de puna, quechua y quebradas bajas. Los ríos más importantes de su zona nuclear, el Sicra, el
Upamayo y el Lircay, se dirigen hacia el departamento de Ayacucho y la hoya del Mantaro.
En la colonia como en las primeras décadas de la República, esta región era más extensa de lo que es
hoy, comprendía parte de la provincia de Acobamba y de la actual Churcampa (Pallalla, Añancusi,
Huayllay Grande o Callanmarca fueron comunidades muy importantes por su población tributaria y
siempre aparecen sus registros en los padrones coloniales).
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La minería colonial (los cerros de Julcani y Mimosa entre otros) fue importante y estuvo relacionada
con las comunidades de la zona del cual obtenían mano de obra y la adquisición de productos
alimenticios. La documentación que sirve de fuente al presente trabajo esta referida a un conjunto
de comunidades y pueblos que gravitan en el hinterland de la ciudad y el valle de Lircay, equidistantes
entre la ciudad de Huancavelica (la villa rica de Oropesa) y Huanta (la Esmeralda de los Andes).
El mundo de afuera estaba cristalizado en el pueblo de Lircay, capital de la provincia y sede de los
poderes locales. Era un mundo expandido y articulado en su momento con la “cultura” y la sociedad
“nacional”. Los patronímicos españoles, el culto a a virgen del Carmen, el control del poder político,
su incursión en el mundo letrado y como lugar de residencia de los principales hacendados, le
confirieron un lugar hegemónico en la estructura regional. Sus conflictos con las comunidades de la
zona fueron recurrentes y (repetimos) están registrados en archivos locales y regionales.
Las comunidades campesinas de este modo se fueron dotando de una identidad que fue construida
a través de tres niveles básicos. Una fue la territorialidad, es decir una conciencia de participar de un
territorio no sólo sancionado legalmente sino en que su práctica histórica tenía un asiento y un
sentido. Luego, estaba la organización y la reproducción social, a través de los sistemas de parentesco
y de redes sociales que iban delimitando una noción de equiparación y de roles análogos. Por último,
la esfera simbólica, es decir, el sentido otorgado a la realidad, que a su vez apuntalaba una
cosmovisión que, si bien fue creada en el “crisol colonial”, fue en la etapa republicana donde fue
confinada al ámbito rural convirtiéndose en “indígena”.
El arcaísmo como un producto desechado o negado por los criollos andinos se convertía de ese
modo, en “autóctono” y cuyos atributos eran la rusticidad vinculada a la agricultura familiar y una
vida cotidiana subordinada a constelaciones extrarurales.
“Criollos andinos” es un término utilizado por Lavallé (1993) que designa a la población de origen
europeo y que conformaban la ‘República de Españoles” que era una esfera jurídica y estamental. En
el siglo XIX entran de lleno a la vida de las comunidades. Favre (1983/85) los denominará “petit
blancs”, la literatura indigenista acuñará el término de mistis (Van Den Berghe 1973, Primov y Van
Den Berghe 1977). Lo importante es que se definían en oposición a la órbita campesina y eran
depositarios del poder y de un estilo de consumo diferenciado de mestizos e “indios”.
Método
El método histórico comparativo es usado en el presente trabajo; si bien no se detalla el contexto del
país de fines del siglo XIX y principios del XX, se ha incidido en el detalle regional. Para esto, se ha
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recurrido en primer lugar al Archivo Regional de Ayacucho, pues la provincia de Angaraes dependió
judicial y eclesiásticamente del vecino departamento. Además, se ha recurrido también a la
documentación regional. La inferencia de los datos colectados fue hecha de acuerdo con un
planteamiento comparativo. De los archivos se seleccionaros, aquellos casos que denotaban
conflictos y situaciones de crisis. A continuación, los resultados han sido divididos en acápites.
Resultado
El poder de denunciar
Tanto los gobernadores de la provincia como demás funcionarios fueron reclutados generalmente
de los grupos de poder de Huancavelica, mientras que los jueces, por el contrario, eran en su mayor
parte foráneos. En un conjunto de denuncias revisadas, estas muestran un juego de fuerzas entre el
funcionariado judicial y las élites locales, pero ambos se perfilan en contra de los indígenas. Esta
conjunción de intereses se centraba en el uso y apropiación de los recursos en un espacio en que las
actividades agropecuarias y la minería eras importantes como ejes de acumulación vinculados a
mercados regionales y extraregionales.
Veamos algunos casos. En noviembre de 1877, la comunidad de Huanca Huanca había demandado
al Municipio de Lircay por un asunto de “reivindicación de pastos”. En 1914, Domingo Vidalón una
de las familias más poderosas no sólo de Angaraes sino incluso del departamento de Huancavelica-
tenía encausado a Mariano Sullca por robo”. Eduardo Larrauri otro miembro connotado de la
“crema” local, acusaba en abril de 1923, a Gabrielano y Pablo Hilario Ichpas, junto a Esteban Melchor
por robo de llamas” y homicidio frustrado”. Otro vástago de las familias “notables”, el cura Dámaso
Vidalón aparece como “garante” en 1915, en una demanda de un tal Wieland (quienes se
desempeñaban cómo administradores de haciendas) contra los operarios Pedro Pérez y Victor de la
Torre a quienes acusan de robo y “sustracción”.
En marzo de 1928, el apoderado Abraham Delgado de la “Sociedad Minera Vizcachas”
1
propiedad de
Demetrio Olavegoya hacendado de la sierra central, acusa a Félix Oré e Ignacio Calderón por el robo
de “especies. Los cierto es que este propietario minero no encontró mejor forma de escamotear los
sueldos atrasados de los acusados, que acusándolos de ladrones.
1
Vizcachas es una vieja mina, cuyos orígenes son coloniales, Raimondi realiza una descripción del lugar en el periodo
llamado “centralización minera” es decir, la articulación de pequeñas minas alentadas por el precio de los minerales
y operada por hacendados y extranjeros. El proceso culmi con la creación de la Compañía Peruano-Suiza Julcani
en 1937, en 1940 se asocian con Gildemeister y Cerro de Pasco, antecedentes de la compía Buenaventura.
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Otras veces, eran los comuneros indígenas quienes hacían las acusaciones. Alejandro Vidalón y Juan
Abrabovich, fueron sindicados por Santos Huincho de Huayllay Grande, de ser responsables de
“delitos contra el patrimonio” en su agravio. Para octubre de 1905, Fernando Wieland, había
demandado a Urbano Gutiérrez por despojo municipal.” En 1936, un grupo de comuneros de
Piscobamba y Latapuquio localidades cercanas a Lircay, son encarcelados por haber intentado
apropiarse de las tierras de Huayllay Chico.
Pleitos
La región tuvo como pilares de su antiguo régimen a la hacienda y la comunidad. Ya Favre (1976)
había mencionado que la hacienda no fue más eficiente que la propiedad en manos de las
comunidades. Ambos estaban en cierto modo atrasados respecto al desarrollo de sus fuerzas
productivas (Sabogal 1947), pues no sólo poseían una agricultura tradicional y discontinua, sino que
gran parte de su producción funcionaba como un fondo de reemplazo” de la campaña agrícola
subsiguiente. Ambas se beneficiaban de las lluvias estacionales, donde la mecanización agrícola y el
uso de variedades mejoradas era casi nula.
Sin embargo, estas características similares entre hacienda y comunidad, también se acoplaron a un
universo cultural en que ciertos elementos eran compartidos (cómo el uso de la lengua quechua).
También existían puntos de conexión social que, si bien los acercaban (como el compadrazgo y la
etiqueta intergrupos), también los fijaba en posiciones de desigualdad.
El sistema ritual operaba para dramatizar estás relaciones de desigualdad/proximidad,
despojándolas de su contenido objetivo de explotación y exclusión. Todo este sistema
cuidadosamente elaborado y cuidado por ambos sectores se fue desdibujando lentamente,
conforme el mercado y la presencia del Estado durante la primera mitad del siglo XX, iban afianzando
la apertura y la conexión hacia núcleos más dinámicos de la economía, ubicados en la sierra central
o la costa.
Sin embargo, los conflictos no se atenuaron, sino que adoptaron nuevas formas de expresión, pero
alrededor de viejos detonantes: el control y el acceso a los pastos, las tierras agrícolas y los fueros
territoriales.
Haremos un salto hasta el siglo XX y hacia el fangoso terreno de las representaciones sociales. Por
ejemplo, tenemos a la vista un oficio de mayo de 1959, en que Teodoro Pizarro natural de Jauja y
residente del barrio de Bellavista en Lircay, se queja ante el prefecto del departamento Alfonso
Cárdenas, de que Cesáreo Pellane y su esposa Rita de la Barra, viajaban y hacían trasladar sus bienes
en el flamante autobús del denunciante, sin pagar un centavo. Lo interesante del caso es que cuando
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el transportista se queja ante las autoridades, esta pareja de vecinos aprovechados de las bondades
del empresario jaujino, le insultan: “Jaujino muerto de hambre, so ajo por aquí y so ajo por allá”.
Alfredo Pellane era hijo de Cesáreo el subprefecto de Lircay, y es por ello, que a Pizarro lo detienen
en la comisaría local. El oficio pues, nos revela finalmente no sólo la personalización del poder, sino
también la impunidad de los notables y su reacción ante situaciones que ya anunciaban una
modernidad tardía, sobre todo en manos de pequeños empresarios foráneos
Barbarie y abigeato
Muchas de estas pugnas se escondían entre los casos de abigeato, intentos de “rebelión” y escenas
de violencia cotidiana (como el estupro o el robo) que recorren el siglo XIX hasta la tercera década
del XX. Por ejemplo, un expediente de 1920 habla de una asonada en “Pumaranra aunque no detalla
los actores involucrados, los hechos ocurridos o los alcances del movimiento.
De la conocida tesis de Hobsbawn sobre el “bandolerismo social” (2001), siempre se ha interpretado
al abigeato y el robo en las sociedades rurales como un mecanismo redistributivo, tupido de
relaciones de lealtad y de alianzas. En los Andes se lo planteó de manera similar (Aguirre y Walker
eds.1990); el abigeato sería una sanción social con el fin de perjudicar entre otros, a quienes
concentraban la tierra y el ganado, masa de capital muchas veces alimentada con la apropiación de
bienes de las comunidades.
Es por eso la extrema punibilidad y estigmatización de estos transgresores en casi todos nuestros
códigos civiles (aunque muchas veces se le concedió una atmósfera romántica en la literatura
peruana, sobre todos en los casos de López Albújar, Ciro Alegría o José Varallanos).
Un testimonio de la época nos relata de forma escueta sobre este fenómeno en la región. Se trata
de la tesis de jurisprudencia del huancavelicano Mario Camacho de 1938 y defendida en la
Universidad de San Marcos. Su percepción sobre los indios de la región algunos nos remonta a
miradas coloniales aderezada de psicologismo:
“El indígena aislado en su pequeña existencia, vive sin ninguna perspectiva de mejoramiento.
Su mentalidad estacionaria no le permite sino pensar en las funciones primitivas de la
nutrición y reproducción y para llenarlos se dedica (..) al robo de carneros o llamas (..) y a la
posesión violenta de la hembra, cayendo así en la delincuencia” (1938, p.3).
A continuación, el futuro abogado instruido en el positivismo legal relata un hecho ocurrido en la
época. En Huando, al norte de Huancavelica, una diligencia por demarcación de linderos entre la
comunidad y un tal Genaro Ponce, termina con el asesinado (a pedradas) de este último. En palabras
del tesista:
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“para luego cortarle cabeza y los pies con el fin de evitar, según una arraigada superstición
indígena, que el cadáver denuncie el hecho”. Finalmente, el cadáver es sepultado en una
zanja de espinas, para que no se desprendieran de su sepultura”
Este tipo de violencia si bien no es nueva para la etnografía andina, el hecho narrado por el futuro
jurista sirve para insertar este suceso un marco significativo, el que enfatiza el salvajismo y el estado
de barbarie de los campesinos. Esto no sólo justificaba a las haciendas en manos de “pequeños
blancos” como fortalezas del progreso, sino también acciones de represión y de control social.
En el archivo ayacuchano del periodo que va de 1920 a 1929, se registran 116 casos de abigeato, en
donde el año de 1921, es el más representativo pues son 38 los procesados, casi todos provenientes
de pequeños pueblos campesinos, como el de los reincidentes Mariano Ichpas o Melchor Huarancca.
Pequeñas rebeliones
El 20 de agosto de 1921, se inicia un juicio contra Froilán P. Alva por el delito de asonada”. En el mes
de octubre del mismo año, es acusado Gregorio Zanabria por el cobro clandestino de contribuciones
que hizo a las comunidades de indígenas de Chahuarma y Pirca”, más adelante ya en 1924, son
enjuiciados junto a los mestizos Dámaso Marcelo y Pedro Soto, por “rebelión y asonada”.
EL 12 de junio de 1923 el juez de Lircay Manuel Villanueva abre instrucción a Víctor Ronceros y
Teodoro Salazar, miembros del Comité Pro-Derecho Indígena” de Congalla, por “rebelión y
usurpación de autoridad”. Posteriormente Víctor Ronceros sería acusado junto a otros personajes
por “rebelión en 1925.”
Esta década estaba en cierto modo encarrilada con una serie de conflictos sociales si bien,
embadurnados de trama legal, despedían un aliento de crisis y de enfrentamiento hacia hacendados
y mineros. Esto se verifica cuando examinamos las querellas entre las comunidades y los “pequeños
blancos”, que quizás alentados por la expansión del mercado regional y de brusco aumento de su
valor, envidiaban las tierras colectivas.
Por eso en 1928, la comunidad de Chincho (ubicada al este de la provincia y casi fronteriza con
Ayacucho) entabla un juicio contra Tarciso Ruíz por “deslindesde propiedad. Antes en 1906, la
comunidad de Parisa en la vecina provincia de Acobamba había sido demandada por Raymundo de
la Vega. La vieja comunidad de Huayllay Grande también había sido denunciada por el mestizo
Domingo Gutiérrez por “asuntos de propiedad”.
El hambre por la tierra también alcanza y alienta el conflicto entre los propios hacendados. En 1896,
Paula Merino de Alarco denuncia a Fernando Wieland ahora ya, yerno de Apolinario Zúñiga, por
despojarlo -junto a indígenas allegados- de su hacienda Palcas. El aparato de choque del propietario
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más poderoso se pone en marcha: acusan al juez “un tal Anchorena” de tener animadversión hacia
la familia Zúñiga.
Al siguiente año, nuevamente Wieland se enfrenta con Melchora Cavero viuda de Delgado, por la
propiedad de Rumichaca, una hacienda triguera ubicada al sur de la villa de Lircay.
El yerno de Apolinario Zúñiga aducía que la mencionada hacienda le había sido vendida en mil soles
por la hija de Melchora; Lastenia Delgado y su esposo sobreviviente Santiago Flórez. Lo curioso es
que en esa supuesta transacción aparecen “depositarios” (Eulogio Serpa), garantes (José María
Gálvez y el cura Dámaso Vidalón) y beneficiarios con acceso (Julio Zumaita y Domingo Vidalón), todos
ellos del grupo de los propietarios. En 1920 el Tribunal Superior de Ayacucho eleva una terna para
jueces ded paz en Lircay, y entre ellos estaba Domingo Vidalón, en un acto que consolidaba el poder
de la familia y de los propietarios de la región.
En 1925, Wieland vuelve a las andadas, esta vez acusa a Natividad Alarco viuda de Larrauri por “robo
de reses”, ignoramos como terminó la causa judicial. A nota de guisa, entre los diplomados en 1926
de la antigua Escuela Nacional de Agricultura figuraba Guillermo Wieland que imaginamos pariente
de Fernando. Esta Escuela, además, respondió al interés de los hacenados costeños de dotarse de
profesionales y técnicos modernizantes. En la sierra, algunos “bolsones”de modernidad también
exigieron el requerimiento de agrónomos. En Puerto Arturo en las afueras de Lircay, se instaló, por
ejemplo, un campo de experimentación de trigo. (Dueñas 1908)
En 1809 en Acoria, el gobernador Miguel Gálvez demanda al juez Agripino Rojas “un ambulante sin
garantía” por intento de “homicidio frustrado” en contra del doctor Uldarico Castro, párroco de la
localidad y Vicente Alarco, este último junto a los Vidalón y los Larrauri, familias prominentes de
Huancavelica, Angaraes y Acobamba.
Sexo y honor
Han sido Mannarelli (1994) y León (1996) entre otras historiadoras, las que se han ocupado para el
periodo colonial americano, sobre las estrategias matrimoniales y como a través de ellas, se
correspondieron con la estructura social y los circuitos del poder.
La construcción y la negociación de identidades de criollas y peninsulares, expresaron relaciones de
privilegio a través del concepto (mediterráneo) del honor, el estatus adscrito (la cuestión de los
orígenes) y lo que Jaramillo ha llamado la “coloridad”, esa obsesión colonial por el “blanqueamiento”
y la censura hacia las misturas y los “mezclas” que significaron las castas.
Estos sistemas conyugales también se correlacionaron con sistemas de poder económico. Uno,
porque los grupos dominantes se reproducen y conservan su riqueza (tierras, poder y prestigio) a
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través de las alianzas conyugales y también porque las comunidades campesinas poseen patrones
endogámicos.
Para el caso paceño (la actual Bolivia), la historiadora López Berltrán lo dice con claridad: “las redes
parentales que se anudan en torno a objetivos de control y dominación de conglomerados sociales
permitieron la formación de elites solidarias y capaces de controlar y dirigir los proecsos
socioeconómicos y políticos de la región” (1976: 165)
Las faltas sexuales también expresaban esa tensión. En Angaraes aparentemente, las víctimas eran
hijas de los propietarios más poderosos de la región o por lo menos estos casos están documentados.
Eran estupros a secas, y a través de las demandas se “restauraba” el honor de las damas criollas y se
castigaba al transgresor.
Cirilo Oré es acusado de violación en agravio de Josefina A. viuda de Vidalón en octubre de 1921. En
setiembre de 1932, Jesús Manrique es sindicado en Lircay de haber raptado a María Vidalón, hija de
Mariano Vidalón quien hace la denuncia. Dos meses después se acusa a Remigio Cangalaya
Samaniego, de haber “agredido sexualmente” a Patrocinia Z. de Vidalón. Por lo visto el tal Remigio
por sus apellidos (al igual que el transportista Pizarro de 1959), era oriundo del valle del Mantaro una
región casi sin existencia de haciendas y con una economía regional más robusta. ¿Fue un caso de
seducción o agresión?
La respuesta no la conocemos, por la sencilla razón de que no poseemos documentos al respecto. Si
planteamos algunas preguntas podemos ensayar algunas respuestas. Es posible que en efecto tal
como dicen las denuncias, fueron violaciones de comerciantes envalentonados que desconocían (o
no les importaban) los códigos sociales de los propietarios. Pero también es posible que siendo
mujeres del grupo dominante hayan poseído el “poder de denunciar” aunque desconozcamos su
desenlace y la defensa que arguyeron los acusados. Y si complejizamos lo enunciado e incorporamos
la dimensión del poder, puede ser que ante relaciones desiguales (una dama y un comerciente
mestizo) la denuncia pudo ser una estrategia para ocultar o escamotear relaciones que socavaban el
honor del grupo dominante, es decir el honor de los varones.
Ya Alberro en su monumental obra sobre la inquisición en la Nueva España (1988) muestra el caso
de una española sorprendida in fraganti con su esclavo en una hacienda propiedad de su esposo
ausente. La dama acusa entonces al esclavo de haberla embrujado con filtros amorosos y “malas
artes” del cual los africanos eran diestros. Finalmente, después de unos azotes, el transgresor fue
vendido a una mina del sur del valle de México. De este modo se restauró el honor de la dama y sobre
todo el del esposo y de la casa /casta del propietario pensinsular. La inquisición aparte de batallar
por la fe también resguardaba el orden social.
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Las denuncias judiciales se convierten pues en un escenario privilegiado para sopesar cuestiones
como criminalidad, transgresión, culpas y castigos, evitando generalizaciones y dotando de contenido
empírico a coyunturas específicas, pues como en una gota en el océano” estos nos conducen de
nuevo a pensar en el poder, las clases sociales o la etnicidad. No olvidemos como Le Roy (2019)
cuestiona el gran trabajo de Ariés sobre la infancia, al demostrar (con documentos directos) que en
la zona pirenaica del siglo XIV si existía un apego y cariño por los niños.
2
Figura 1
Familia huancavelicana
Nota. Tomado de Salas-Guevara (2005), p.18
2
Es necesario recordar que la antropóloga Mercedes Olivera en su estudio sobre las formaciones sociales en el
Tecali (estado mexicano de Puebla) prehispánico y de los inicios coloniales dice:Muchos de los documentos
se refieren a pleitos de tierras, testamentos o tomas de posesión de propiedades, que siempre aten a os
miembros de la élite. De allí que la situación de los campesinos que nos preocupa conocer (en Tecali) tuvo
que ser deducida básicamente de la situación de los explotadores y algunas veces de la visión que éstos tenían
de ellos.(2019:33)
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Redes y círculos
Los hacendados huancavelicanos estaban constituidos por familias endogámicas (Favre 1976:113).
En efecto, la circulación de cónyuges entre familias cercanas fue frecuente: “Se casaron don Gustavo
Larrauri con Carmela Vidalón que eran primos hermanos”, nos dice Antonia Guzmán una informante
lirqueña. Por ejemplo, en 1830, Joaquín Mendiolaza, propietario de un molino, estaba casado con
Marina Vidalón, posiblemente hermana o pariente de Juan Vidalón también propietario de un
molino.
Gabriel Delgado hacendado lirqueño estaba con Gregoria Soldevilla.También se ejecutaban alianzas
matrimoniales con foráneos, siempre y cuando reportaran alguna ventaja “comparativa”. No
conocemos algún caso de matrimoniso entre “vecinos” de Lircay y comuneros, aunque la relación
íntima entre ambos, es decir, entre un varón y mujer indígena, siempre existió.
Una señora acobambina y residente en Pueblo Nuevo de Lircay nos informa: “en Pueblo Viejo, si no
son Zorrillas, son Vidalón”. Así, mostramos el itinerario nupcial de un “patricio” de la región como
Mariano Larrauri como ilustrativo.
Mariano se casa con Ventura Menéndez Aristizábal. Uno de los hijos de ambos Antonio, lo hace con
Natividad Alarco.El hermano de Antonio, Eduardo, se casa con Basilisa Vidalón. El tercer hijo de don
Mariano lo hace con Dolores Vidalón. El hijo de Antonio, César Larrauri contrae nupcias con María
Esther Sánchez Larrauri, su hermano Gustavo se une con Consuelo Vidalón Gandolini. Finalmente,
Ventura Vidalón lo hará con Artemio Sánchez Larrauri, hijo de su tía, Natividad Larrauri.
Estos patrones matrimoniales fueron comunes para evitar la dispersión de los bienes patrimoniales,
restringir el acceso al prestigio social, además de conferirles un sentimiento de “casta”. Quizás al
igual que en el sector campesino, los hacendados construían sus identidades hacia adentro. Los
campesinos lo harán por patrones socioculturales (Sendón 2021), vigilados por las autoridades
comunales. En el de los propietarios, serán el “honor” y el “prestigio” los que garantizen estas
alianzas.
“(L)a endogamia pueblerina, forma extrema del localismo” dirá elocuentemente Le Roy, sobre la
aldea de Montillou del siglo XIV, allí como en los Andes, campesinos y señores se aferran a sus redes
restringidas (2019:256). Y será sólo cuando Huancavelica y Angaraes se articulen al desarrollo
mercantil alentado por Leguía (es cuando de acuerdo con Archibald (2011) la Patria Nueva
“desconoliza” la República Ariatocrática) es que las redes sociales de hacendados y notables se
realizarán hacia “afuera.”
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Generando de este modo, un nuevo indicador que los diferenciará de los campesinos, pues estos
últimos seguirán aferrados a fuerzas centrípetas hasta la reforma agraria de 1969 y la generalización
de las migraciones hacia la costa.
Discusión
La región de Angaraes en Huancavelica demuestra que la gran propiedad rara vez pasó íntegramente
entre miembros de una misma familia a modo de un linaje. Al contrario, en el siglo XX, el cambio de
manos y las disputas entre hacendados fue frecuente.
A esto, se sumó el hecho de que con el gobierno de Leguía (1919-1930) la sierra se va incorporando
lentamente a un espacio en donde el mercado se volverá más importante y del cual los propietarios
tradicionales no tenían el control. Es en la tercera década del siglo XX que el Estado se hará mas
notorio (y necesario) en los Andes peruanos.
Con él, vendrán una pléyade de abogados, jueces y agentes fiscales que tendrán pocos compromisos
con los propietarios, pero tampoco serán renuentes a hacer alianzas y pactos con fracciones de ellos.
Y entre esos dos bloques, encajaban en esas dos fuerzas, las comunidades y pueblos de campesinos
mayoritariamente quechua hablantes. Estos supieron capear distintas coyunturas desfavorables y
aprovecharon las que fueron útiles, lo cual demostraba un conocimiento y una agencia notables.
Supieron olfatear los nuevos vientos de la Patria Nueva, se acoplaron a la modernización plena de la
mitad del siglo XX y luego marcharían victoriosos hacia la reforma agraria de Velasco.
Cómo también lo hicieron en el siglo de la independencia. Nuria Sala (1989) ha demostrado que las
comunidades indígenas de Huancavelica no estuvieron inermes ni desarticuladas en el periodo que
ella llama “tardocolonial”: actuaron en perfecta coordinación ante el avance de Hurtado de Mendoza,
el lugarteniente de Paumacahua en la región de Huamanga y obligaron a huir precisamente a los
Vidalón, poderosos hacendados y fidelistas.
En ese sentido, en Angaraes la pugna entre haciendas y comunidades tuvo muchos matices no
necesariamente direccionados en una sola ruta, relativizando el “poder omnímodo de los
hacendados” y la respuesta de las “clases plebeyas” (campesinos, pequeños comerciantes y
migrantes modernizados) se tradujeron muchas veces en batallas minúsculas pero que han llegado
hasta nosotros a través de los archivos, resignificados ya en letras mayúsculas.
Por otro lado, los sistemas conyugales que delinean fronteras sociales consolidaron identidades
alrededor del prestigio y el estatus. Así cómo el compadrazgo reúne y acerca ritualmente a señores
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e “indios” aplacando conflictos; el abigeato, por el contrario, afectaba el patrimonio de los
propietarios, negando de raíz la componenda. Los delitos sexuales, se convierten entonces en un
ecosistema que señalan transgresiones, honores vulnerados y delitos que ya vislumbran un escenario
en profunda transformación.
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Fuentes de financiamiento.
Autofinanciado.
Conflictos de interés
No presenta conflicto de intereses.
Autor de correspondencia
rplascencias@unmsm.edu.pe
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Anexos
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Mayordomos de la fiesta de Huayllay Grande (1787). Archivo Comunal.
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Documento sobre propietarios de la doctrina de Lircay (1835). Archivo General de la Nación, H4-1653
Libro Padrón General de indígenas y castas de la provincia de Huancavelica, Departamento de Ayaucho.
Lircay, marzo 21 de / [18]96
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Vistas las razones que aduce en el presente informe el Párroco y Vicario de esta doctrina D. Estanislao
Lozano en las que se vé de manifiesto la malicia con que quieren proceder los indígenas del Cacerío de
Huaillay chico para eludirse del pago a que se han hecho acreedores a dicho Párroco, se resuelve:
Quedan obligados al pago los indígenas que por defunciones son deudores al cura D. Estanislao Lozano;
ofíciese al teniente Gobernador de dicho Cacerío (sic) para que preste el aucilio (sic) necesario al
comisionado de la cobranza del pago aludido (cobranza) para la realización de éllas (sic). Regístrese.
López Mendoza
Transcripción de carta (1896)
Archivo de la Subprefectura de Angaraes, legajos varios 1896-1972.
NOTAS
1. El primer documento es inédito y obra en poder de la comunidad. En él, se puede apreciar que
una fiesta importante en el calendario de la región como el Cristo de Huayllay Grande, los
mayordomos cambian con el tiempo. En sus inicios los cargos recaían en españoles y mestizos
prominentes (allí figura el primer Juan Bidalón). En el siglo XX, esta fiesta queda en manos de la
comunidad, convertida, además, en una importante feria campesina. Lircay entonces opta por la
virgen del Carmen, estableciéndose una difenciación social en los cultos patronales.
2. Esta lista de predios rústicos de la doctrina de Lircy (en donde se mantiene una división
esclesiástica colonial) de la primera época de la República, muestra que la condición de “español”
estaba unida a la de propietario. En ella figuran las familias Vidalón y Larrauri entre otras.
3. Documento del desaparecido archivo provincial que data de fines del siglo XIX. La carga tributaria
y fiscal que recaía sobre las comunidades fueron generalmente rehuídas y eludidas, como formas
sordas de protesta.